04 abril 2008

Dedo de luz

Túnez

Douz es una de las puertas del desierto del Sahara (valga la reiteración porqué Sahara en árabe quiere decir precisamente eso, desierto). Y como otras de las poblaciones del sur de Túnez que lindan con el gran Erg oriental, el inmenso mar de dunas, se fundó en un oásis, un surgimiento de agua que permite la vida vegetal y animal, incluyendo la humana, claro.

Concretamente el palmeral de Douz es el mayor de Túnez, con la increible cifra de medio millón de palmeras, que producen el exquisíto dátil "dedo de luz", el dulce y translúcido deglat ennour.
Pero no es sólo una sucesión de palmeras sino que bajo su sombra estos árboles permiten el cultivo de frutales como granados e higueras y toda clase de verduras: patatas, zanahorias, lechugas, tomates, habas, hinojo..., cultivados primorosamente por los antiguos nómadas y sus descendientes. Los viajeros del desierto que fueron obligados tras la independencia en el 57 a tener una residencia fija y pasar a ser, en el mejor de los casos, seminómadas.

De todos los cultivos sorprende la producción de hinojo. Y es que el hinojo es un sabor que se extiende en todos los platos tunecinos, dejando un extraño sabor anisado y compitiendo con el gusto picante, que tiene la máxima representación en la Harissa, la omnipresente salsa de guindillas picantes que es el aperitivo de toda comida.

Caminando hacia el zoco entre el palmeral se escucha a lo lejos estridente música de una boda que combina los sonidos árabes y las bases electrónicas. Un joven agricultor aparece por un rincón del palmeral en un carrito tirado de un mulo, y como todos, con ganas de charla y también de negocio, nos propone muy amablemente llevarnos a una duna cercana a ver el paisaje y a escuchar su música, nosotros preferimos mejor invitarlo a un té, pero esto no entra en sus planes.

Para conocer el desierto o asomar la nariz un poco en ese inmenso espacio, lo mejor es hacerlo a lomos de dromedario. Los antiguos camelleros reconvertidos alquilan sus cabalgaduras para dejarse llevar en ese vaivén por las líneas de dunas, enfrentados a ráfagas de arena que el viento nos trae de fernte. Una arena finísima y blanca que se mete por todos los sitios y que obliga a usar un pañuelo de tela alrededor de la cabeza.
Allí sobre la suaves lenguas de arena ocre y blanca, es cuando en primavera surgen, solo por unos días, los jacintos del desierto, explotando toda su fuerza violeta.

Por fín la noche cae empujando el viento fuera de esta tierra, en una calma inmensa y dulce como un dátil y en una oscuridad que nos mece bajo la media luna del cielo.

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